Ahora estuve pensando en algo muy simple y cotidiano: el baño diario. No pienso en un largo y aromático baño de tina, ni nada demasiado sofisticado. Para mí, uno de los grandes placeres, impostergables e imprescindibles, es el de la ducha de cada mañana. Es de esas actividades sin las que no me imagino el día a día, y que es a la vez una necesidad y un lujo. Esos minutos de agua corriente sobre nosotros (yo prefiero pasar del agua caliente al agua fría) sirven de higiene física y superficial, estimula la circulación, nos oxigena, pero también, de alguna manera, nos limpia de lo negativo ... que se va por el desagüe, nos quita el cansancio y la somnolencia, nos permite crear un momento personal que nos relaja y armoniza, invitándonos a empezar el día revitalizados y llenos de energía y de positivismo.
Inimaginable un día sin ese ritual como inicio.
Inimaginable un día sin ese ritual como inicio.
Muchas veces he pensado en cómo sería mi vida si no tuviese la suerte de poder bañarme a diario.
De hecho, una gran parte de la población no puede hacerlo, aquí y en todas partes del mundo. Si tuviese que esperar que llegue el camión cisterna a donde vivo para comprar el agua que necesito a un alto precio para mi capacidad adquisitiva, o caminar para sacar agua de un pozo o traerla de un río, de hecho cuidaría mucho el agua, tendría otros hábitos de limpieza, ... e imposible pensar en una ducha, sin cañerías que distribuyan el agua. ¡Qué difícil realidad viven muchísimas personas! Agradezco el tener la posibilidad de, sin pensarlo y mecánicamente, sólo dar la vuelta a la llave para que una lluvia de agua limpia caiga sobre mí.
Recuerdo cuando me alejé de mi conocida y estructurada vida y estuve en Europa, mantuve ese hábito, a pesar de la opinión de mis "caseros". En París, el dueño del hospedaje insistía en que mantener ese hábito estaba acabando con mis "aceites naturales", muy necesarios porque nos brindan una valiosa protección, y me vaticinaba terribles enfermedades por bañarme tan seguido; y en Milán, la señora encargada del albergue, durante los dos últimos tercios de mi primera ducha en esa ciudad, me tocaba airadamente la puerta del baño, y se puso furiosa porque me demoré quince minutos (como interpreté "chincue"), y no cinco, en ducharme, y me gritaba cosas inentendibles en italiano mientras movía enérgicamente los brazos y gesticulaba con la expresión menos amigable posible en el rostro, como si yo hubiese cometido un gran crimen. Ahí entendí cuan distinta era la percepción de la higiene diaria y los hábitos personales según el lugar ... y según el costo del recurso. ¡Qué suerte que aquí aún el agua es tan barata!
Y sin moverme de aquí, ¿cómo olvidar aquellos tiempos, en los que por las acciones de los terroristas, además de no tener electricidad por muchas horas cada día, también carecíamos de agua? ¡Épocas terribles! Las primeras veces nos tomó de improviso ... enjabonados o con champú en la cabeza. ¡Terrible! Luego, ya organizados, agradezco mucho el que pudiéramos preservar nuestra ducha diaria, al tener la posibilidad de ir al amanecer, en manchón familiar, a ducharnos al Club Regatas, en donde felizmente sí había agua.. Y bueno luego vinieron las bombas de agua, las cisternas y los grandes tanques.
¿Y en el futuro? Con todo esto de la amenaza de que el agua se termine y de que se de la guerra por el oro azul ... ¿que pasará? Nuestros nietos, ¿leerán acerca de esta costumbre que tenemos, como una costumbre pasada e imposible de mantener?
Por el momento, cierro el agua al jabonarme, como lo hago mientras me cepillo los dientes, pero sigo disfrutando y agradeciendo la posibilidad de permitirme ese lujo cada día.
De hecho, una gran parte de la población no puede hacerlo, aquí y en todas partes del mundo. Si tuviese que esperar que llegue el camión cisterna a donde vivo para comprar el agua que necesito a un alto precio para mi capacidad adquisitiva, o caminar para sacar agua de un pozo o traerla de un río, de hecho cuidaría mucho el agua, tendría otros hábitos de limpieza, ... e imposible pensar en una ducha, sin cañerías que distribuyan el agua. ¡Qué difícil realidad viven muchísimas personas! Agradezco el tener la posibilidad de, sin pensarlo y mecánicamente, sólo dar la vuelta a la llave para que una lluvia de agua limpia caiga sobre mí.
Recuerdo cuando me alejé de mi conocida y estructurada vida y estuve en Europa, mantuve ese hábito, a pesar de la opinión de mis "caseros". En París, el dueño del hospedaje insistía en que mantener ese hábito estaba acabando con mis "aceites naturales", muy necesarios porque nos brindan una valiosa protección, y me vaticinaba terribles enfermedades por bañarme tan seguido; y en Milán, la señora encargada del albergue, durante los dos últimos tercios de mi primera ducha en esa ciudad, me tocaba airadamente la puerta del baño, y se puso furiosa porque me demoré quince minutos (como interpreté "chincue"), y no cinco, en ducharme, y me gritaba cosas inentendibles en italiano mientras movía enérgicamente los brazos y gesticulaba con la expresión menos amigable posible en el rostro, como si yo hubiese cometido un gran crimen. Ahí entendí cuan distinta era la percepción de la higiene diaria y los hábitos personales según el lugar ... y según el costo del recurso. ¡Qué suerte que aquí aún el agua es tan barata!
Y sin moverme de aquí, ¿cómo olvidar aquellos tiempos, en los que por las acciones de los terroristas, además de no tener electricidad por muchas horas cada día, también carecíamos de agua? ¡Épocas terribles! Las primeras veces nos tomó de improviso ... enjabonados o con champú en la cabeza. ¡Terrible! Luego, ya organizados, agradezco mucho el que pudiéramos preservar nuestra ducha diaria, al tener la posibilidad de ir al amanecer, en manchón familiar, a ducharnos al Club Regatas, en donde felizmente sí había agua.. Y bueno luego vinieron las bombas de agua, las cisternas y los grandes tanques.
¿Y en el futuro? Con todo esto de la amenaza de que el agua se termine y de que se de la guerra por el oro azul ... ¿que pasará? Nuestros nietos, ¿leerán acerca de esta costumbre que tenemos, como una costumbre pasada e imposible de mantener?
Por el momento, cierro el agua al jabonarme, como lo hago mientras me cepillo los dientes, pero sigo disfrutando y agradeciendo la posibilidad de permitirme ese lujo cada día.