Ayer, un poco después de 1:40 de la mañana hubo un fuerte remezón. Ese fue el ensayo, y hubo una repetición, más intensa, a las 7:50 de la mañana.
La tierra tiembla, y definitivamente no soy de las que se paraliza. Por el contrario, se activa ese resorte que tengo dentro que no se cómo me hace dirigirme a la velocidad del rayo a la calle, esté donde esté. Siempre me sorprende estar ya en la calle y no recordar cómo llegué ahí. Tengo que esperar unos segundos para que mi alma termine de salir y alcance a mi cuerpo. En los últimos años, la modalidad de resorte-traslado incluye el tomar a mi hija en el camino y salir con ella a cuestas, esté donde esté.
No grito, ni me desespero, ni me tiro al piso a pedir a Dios que aplaque su ira, sólo corro a donde no tenga nada encima ... aunque el peligro y lo que no controlo este debajo. Y espero que los demás vayan llegando detrás de mí.
Busco información sobre los temblores de hoy y veo que en lo que va del día, ha habido, además de estos dos en Perú, otros 12 sismos de más de 4 grados de magnitud en el planeta, de los cuales 5 fueron de más de 5 grados (además del de la mañana de hoy aquí) y uno en Indonesia de 6.3 grados. El planeta siempre temblando, aunque sólo nos toque de vez en cuando.
Me alegra saber que los temblores que sentimos acá no fueron terremoto en ningún lugar, que no ha habido pérdidas humanas, y que no ha sido más intenso en la zona del sur que sufrió tanto con el terremoto del último año.
Muchas veces me he preguntado cómo uno se acostumbra a vivir en una tierra que tiembla, se remece, se sacude, ruge furiosa ... con nosotros, nuestros seres queridos y todas nuestras posesiones encima. ¿Se acostumbra uno? En esta ciudad donde no hay extremos climáticos, ni lluvias fuertes, ni truenos y relámpagos, ni huracanes y ciclones, pero que está en el Cinturón de Fuego del Pacífico y en zona de contacto de placas tectónicas, el suelo cada tanto se acomoda, a veces despacito ... a veces muy fuerte.
Hay temblores que uno no siente, otros que una cree que siente pero queda la duda ("¿temblor? noooo ... era un camión"), los que nos hacen dudar unos segundos y luego se revelan en toda su plenitud, los que avisan y van "in crescendo" como dando tiempo para agarraros a salvo en lo más intenso, los que se sienten larguísimos e inacabables y uno no sabe si es otro que está empezando o el mismo que recobró fuerzas, y los que, como los dos de hoy, que aunque relativamente cortos, son un temblor fuerte, sin dudas ni murmuraciones, desde su primer instante.
Siempre hay esos segundos de incertidumbre, en los que no se sabe cuanto durará ni cuan fuerte será ... pero por si acaso nos ponemos a salvo ... deseando con todas nuestras fuerzas que sea breve y sin consecuencias negativas para nadie.
Yo creo que lo que más asusta es que sea inesperado e intempestivo. Me pregunto, ¿sería mejor si supiéramos que va a haber un temblor? Cuando veo esas noticias de las personas esperando un huracán o un tsunami me parece terrible; pero por otro lado estos vienen de fuera pasan por donde estás y se van (aunque destroce mucho a su paso). Son visitantes indeseados, pero visitantes. Es diferente a que se mueva el lugar donde estamos, que se mueva todo bajo nosotros y que sólo nos quede esperar que termine y punto. Se siente como que en este caso los visitantes indeseados somos nosotros, ¿no?
En fin, nos queda vivir, felices y disfrutando cada minuto lo que le dure la quietud a nuestra tierra. Y cuando decida moverse, actuar rápido pero sin desesperarnos ... y cruzar los dedos para que sea un sacudoncito chiquito, nada más ...
La tierra tiembla, y definitivamente no soy de las que se paraliza. Por el contrario, se activa ese resorte que tengo dentro que no se cómo me hace dirigirme a la velocidad del rayo a la calle, esté donde esté. Siempre me sorprende estar ya en la calle y no recordar cómo llegué ahí. Tengo que esperar unos segundos para que mi alma termine de salir y alcance a mi cuerpo. En los últimos años, la modalidad de resorte-traslado incluye el tomar a mi hija en el camino y salir con ella a cuestas, esté donde esté.
No grito, ni me desespero, ni me tiro al piso a pedir a Dios que aplaque su ira, sólo corro a donde no tenga nada encima ... aunque el peligro y lo que no controlo este debajo. Y espero que los demás vayan llegando detrás de mí.
Busco información sobre los temblores de hoy y veo que en lo que va del día, ha habido, además de estos dos en Perú, otros 12 sismos de más de 4 grados de magnitud en el planeta, de los cuales 5 fueron de más de 5 grados (además del de la mañana de hoy aquí) y uno en Indonesia de 6.3 grados. El planeta siempre temblando, aunque sólo nos toque de vez en cuando.
Me alegra saber que los temblores que sentimos acá no fueron terremoto en ningún lugar, que no ha habido pérdidas humanas, y que no ha sido más intenso en la zona del sur que sufrió tanto con el terremoto del último año.
Muchas veces me he preguntado cómo uno se acostumbra a vivir en una tierra que tiembla, se remece, se sacude, ruge furiosa ... con nosotros, nuestros seres queridos y todas nuestras posesiones encima. ¿Se acostumbra uno? En esta ciudad donde no hay extremos climáticos, ni lluvias fuertes, ni truenos y relámpagos, ni huracanes y ciclones, pero que está en el Cinturón de Fuego del Pacífico y en zona de contacto de placas tectónicas, el suelo cada tanto se acomoda, a veces despacito ... a veces muy fuerte.
Hay temblores que uno no siente, otros que una cree que siente pero queda la duda ("¿temblor? noooo ... era un camión"), los que nos hacen dudar unos segundos y luego se revelan en toda su plenitud, los que avisan y van "in crescendo" como dando tiempo para agarraros a salvo en lo más intenso, los que se sienten larguísimos e inacabables y uno no sabe si es otro que está empezando o el mismo que recobró fuerzas, y los que, como los dos de hoy, que aunque relativamente cortos, son un temblor fuerte, sin dudas ni murmuraciones, desde su primer instante.
Siempre hay esos segundos de incertidumbre, en los que no se sabe cuanto durará ni cuan fuerte será ... pero por si acaso nos ponemos a salvo ... deseando con todas nuestras fuerzas que sea breve y sin consecuencias negativas para nadie.
Yo creo que lo que más asusta es que sea inesperado e intempestivo. Me pregunto, ¿sería mejor si supiéramos que va a haber un temblor? Cuando veo esas noticias de las personas esperando un huracán o un tsunami me parece terrible; pero por otro lado estos vienen de fuera pasan por donde estás y se van (aunque destroce mucho a su paso). Son visitantes indeseados, pero visitantes. Es diferente a que se mueva el lugar donde estamos, que se mueva todo bajo nosotros y que sólo nos quede esperar que termine y punto. Se siente como que en este caso los visitantes indeseados somos nosotros, ¿no?
En fin, nos queda vivir, felices y disfrutando cada minuto lo que le dure la quietud a nuestra tierra. Y cuando decida moverse, actuar rápido pero sin desesperarnos ... y cruzar los dedos para que sea un sacudoncito chiquito, nada más ...