Recuerdo los relatos de mi papá, sobre el grandes terremotos que asolaron la ciudad de Lima y el Callao en los siglos XVI, XVII (en el que el muro de adobe donde estaba la imagen del Señor de los Milagros quedó intacto) y XVIII destruyéndolas en gran parte.
También nos contó que vivió con 8 años el terremoto de 1940, corriendo lo más rápido que podía por las calles de Barranco, del colegio a su casa, mientras veía las casas de quincha y adobe desmoronándose a los lados en el trayecto, levantando una gran polvareda. Grandes zonas de Barranco quedaron en ruinas ese año.
Mi mamá me mostró una fotos impresionantes en blanco y negro del terremoto de Valdivia en Chile, en 1960. Tuvo una magnitud de 9.6 grados (el mayor registrado en la historia de la humanidad) y prácticamente movió la cordillera y desapareció accidentes geográficos. En realidad, fueron una sucesión de casi 10 terremotos de más de 7 grados. Algo terrible para quienes lo vivieron.
Mi primera vivencia directa fue la del fuerte temblor de 1966. Recuerdo que estaba en casa de mis abuelos en la calle San Martín. Mi mamá cargó a Luisa aún bebé y nos paramos muy juntas debajo de dintel de la puerta de mi dormitorio. También estaba la empleada que trabajaba en la casa. Recuerdo claramente, aún no cumplía 3 años, que me impresionó mucho como saltaba la tabla de planchar en el pasillo y el gran ruido de los vidrios del pasillo y el jardín. También me impactó mucho ver por primera vez a personas adultas llorando. Tremendo susto que no entendía del todo.
El terremoto de 1970, lo viví en la misma casa, una tranquila tarde de domingo con mis abuelos en la que llegaron luego mis papás muy preocupados por el fuerte remezón. Gran susto y tremendo daño. Decenas de miles de peruanos muertos y ciudades destruidas. Después he visto muy impactada en Yungay lo que sucedió aquel día con la ciudad, así como en Huaraz.
En el terremoto del 1974, un jueves en la mañana, estábamos todos juntos en mi casa, pues felizmente estábamos de vacaciones. Recuerdo que salí corriendo y mi familia detrás, y vi mi calle, en San Antonio, Miraflores, convertida en una gran serpiente que se ondulaba de arriba a abajo y hacia los lados. Me impresionó mucho esa visión. Recuerdo luego haber visto gran cantidad de casas destruidas en la parte antigua de Chorrillos y Barranco, personas durmiendo en las calles con fogatas y mantas. Miedo intenso en la gente. Muchas réplicas fuertes por varias semanas. Mis hermanas y yo, dormimos varias noches en "campamento" en la sala, listas para salir con los varios temblores que había en las noches, y no tener que correr desde nuestros dormitorios más alejados de la puerta de calle. Además nos habíamos organizado como familia y teníamos en la puerta mantas, agua, galletas y otras cosas por si se daba una emergencia.
Luego, para el resto de años en la casa familiar en esta sísmica zona, sobre todo para los temblores nocturnos, quedó como tradición que yo sería la encargada de bajar y abrir la puerta principal, así como de cargar a Laura mi hermana menor a la que bajaba a máxima velocidad al grito firme de mi papá avisando que era temblor. Mi mamá siempre tuvo una reacción más calma en los temblores, y con mucha más tranquilidad nos alcanzaba cerrando la alborotada correría familiar.
El terremoto de agosto del año pasado, me tocó vivirlo en el auto de mi amiga María Teresa, yendo a una reunión con los padres de familia en el colegio donde trabajamos, y estando aún en Miraflores. Pensamos que una turba nos sacudía el auto o algo así. Nunca había sentido un temblor estando adentro de un auto en marcha, pero este, que no era tan sólo un temblor, se sintió fortísimo. En la Avenida Pardo paramos el auto y nos bajamos de él, como hacía todo el mundo. La señora de adelante se sacaba los zapatos de taco para correr. ¿A donde? ¡si ya estamos en la calle! Pero el bamboleo de postes y edificios era increíble. Y el sonido bajo nuestros pies. La gente gritaba, rezaba y todos hablábamos con todos sobre lo que aún no creíamos. No tuvimos mejor idea que seguir al colegio ... metiéndonos en la más grande congestión vehicular posible, con Radio Programas del Perú como fondo, para dar una gran vuelta y emprender el regreso (cuando a pocos metros de llegar al colegio nos avisaron que, obviamente, la reunión con los padres se había suspendido) a nuestras casas casi dos horas después! Era mi primer terremoto como mamá ... totalmente otra vivencia. Había tenido la suerte de lograr hablar por teléfono, muy brevemente, con mi casa y saber que mi esposo y mi hija estaban bien. Ufff! O no entendimos hasta después que había sido un real terremoto (de saberlo hubiera corrido a mi casa en el primer momento), o se nos sacudieron las neuronas y el sentido común y seguimos a cumplir con un deber que ya no tenía razón de ser. Felizmente, al llegar a mi casa supe que no se había sentido tan terrible y mi hijita estaba relativamente tranquila, contándome los pormenores de su primera experiencia "terremotil". Todos sentimos mucha impotencia por el bloqueo por varias horas de las lineas telefónicas y el no poder comunicarnos con nuestras familia y amigos. Felizmente mi mamá ya había pasado por mi casa, con mis hermanas, preguntando cómo estábamos nosotros y haciéndonos saber que ellas estaban bien. ¡Qué alivio! Nuevamente fue terrible saber que, a pesar de que una vez más habíamos salido bien parados del bamboleo terrestre, había poblaciones donde había sido un terremoto inclemente que dejaba a cientos de personas sin vida y a las demás sin casa y sin esperanzas.
Así es nuestra tierra y así nuestra vida ... temblorosa, pero hermosa.
Mi mamá me mostró una fotos impresionantes en blanco y negro del terremoto de Valdivia en Chile, en 1960. Tuvo una magnitud de 9.6 grados (el mayor registrado en la historia de la humanidad) y prácticamente movió la cordillera y desapareció accidentes geográficos. En realidad, fueron una sucesión de casi 10 terremotos de más de 7 grados. Algo terrible para quienes lo vivieron.
Mi primera vivencia directa fue la del fuerte temblor de 1966. Recuerdo que estaba en casa de mis abuelos en la calle San Martín. Mi mamá cargó a Luisa aún bebé y nos paramos muy juntas debajo de dintel de la puerta de mi dormitorio. También estaba la empleada que trabajaba en la casa. Recuerdo claramente, aún no cumplía 3 años, que me impresionó mucho como saltaba la tabla de planchar en el pasillo y el gran ruido de los vidrios del pasillo y el jardín. También me impactó mucho ver por primera vez a personas adultas llorando. Tremendo susto que no entendía del todo.
El terremoto de 1970, lo viví en la misma casa, una tranquila tarde de domingo con mis abuelos en la que llegaron luego mis papás muy preocupados por el fuerte remezón. Gran susto y tremendo daño. Decenas de miles de peruanos muertos y ciudades destruidas. Después he visto muy impactada en Yungay lo que sucedió aquel día con la ciudad, así como en Huaraz.
En el terremoto del 1974, un jueves en la mañana, estábamos todos juntos en mi casa, pues felizmente estábamos de vacaciones. Recuerdo que salí corriendo y mi familia detrás, y vi mi calle, en San Antonio, Miraflores, convertida en una gran serpiente que se ondulaba de arriba a abajo y hacia los lados. Me impresionó mucho esa visión. Recuerdo luego haber visto gran cantidad de casas destruidas en la parte antigua de Chorrillos y Barranco, personas durmiendo en las calles con fogatas y mantas. Miedo intenso en la gente. Muchas réplicas fuertes por varias semanas. Mis hermanas y yo, dormimos varias noches en "campamento" en la sala, listas para salir con los varios temblores que había en las noches, y no tener que correr desde nuestros dormitorios más alejados de la puerta de calle. Además nos habíamos organizado como familia y teníamos en la puerta mantas, agua, galletas y otras cosas por si se daba una emergencia.
Luego, para el resto de años en la casa familiar en esta sísmica zona, sobre todo para los temblores nocturnos, quedó como tradición que yo sería la encargada de bajar y abrir la puerta principal, así como de cargar a Laura mi hermana menor a la que bajaba a máxima velocidad al grito firme de mi papá avisando que era temblor. Mi mamá siempre tuvo una reacción más calma en los temblores, y con mucha más tranquilidad nos alcanzaba cerrando la alborotada correría familiar.
El terremoto de agosto del año pasado, me tocó vivirlo en el auto de mi amiga María Teresa, yendo a una reunión con los padres de familia en el colegio donde trabajamos, y estando aún en Miraflores. Pensamos que una turba nos sacudía el auto o algo así. Nunca había sentido un temblor estando adentro de un auto en marcha, pero este, que no era tan sólo un temblor, se sintió fortísimo. En la Avenida Pardo paramos el auto y nos bajamos de él, como hacía todo el mundo. La señora de adelante se sacaba los zapatos de taco para correr. ¿A donde? ¡si ya estamos en la calle! Pero el bamboleo de postes y edificios era increíble. Y el sonido bajo nuestros pies. La gente gritaba, rezaba y todos hablábamos con todos sobre lo que aún no creíamos. No tuvimos mejor idea que seguir al colegio ... metiéndonos en la más grande congestión vehicular posible, con Radio Programas del Perú como fondo, para dar una gran vuelta y emprender el regreso (cuando a pocos metros de llegar al colegio nos avisaron que, obviamente, la reunión con los padres se había suspendido) a nuestras casas casi dos horas después! Era mi primer terremoto como mamá ... totalmente otra vivencia. Había tenido la suerte de lograr hablar por teléfono, muy brevemente, con mi casa y saber que mi esposo y mi hija estaban bien. Ufff! O no entendimos hasta después que había sido un real terremoto (de saberlo hubiera corrido a mi casa en el primer momento), o se nos sacudieron las neuronas y el sentido común y seguimos a cumplir con un deber que ya no tenía razón de ser. Felizmente, al llegar a mi casa supe que no se había sentido tan terrible y mi hijita estaba relativamente tranquila, contándome los pormenores de su primera experiencia "terremotil". Todos sentimos mucha impotencia por el bloqueo por varias horas de las lineas telefónicas y el no poder comunicarnos con nuestras familia y amigos. Felizmente mi mamá ya había pasado por mi casa, con mis hermanas, preguntando cómo estábamos nosotros y haciéndonos saber que ellas estaban bien. ¡Qué alivio! Nuevamente fue terrible saber que, a pesar de que una vez más habíamos salido bien parados del bamboleo terrestre, había poblaciones donde había sido un terremoto inclemente que dejaba a cientos de personas sin vida y a las demás sin casa y sin esperanzas.